Comentario
El acercamiento de Pollock a la vanguardia es lento y, como ha escrito Argan, todo en su trayectoria parece una búsqueda febril de lo que encontrará en los diez últimos años, como Van Gogh, al que recuerda por su vida atormentada y su final trágico.Hacia el año cuarenta, con las lecciones aprendidas -la de Picasso, Miró y los indios americanos- hace unas obras que van camino de la abstracción, pero que conservan muchos elementos figurativos; son imágenes de carácter totémico, dedicadas a mitos primitivos, que tienen que ver con la sexualidad y lo sacral, en una mezcla salvaje y bárbara. Pinturas como Birth (Nacimiento, de 1938-1941, Londres, Tate Gallery), Pasiphäe, de 1943, The Moon Woman cuts the circle (La mujer lunar corta el círculo -un título que evoca a Miró-), o She Wolf (La Loba), del mismo año, son imágenes como totems, resueltas de un modo violento, con pinceladas fuertes, llenas de energía salvaje.Pero su camino no era el de la figuración. En 1946, tras unos tanteos con texturas muy empastadas, Pollock crea lo que se considera su estilo clásico, que mantiene, con pocas diferencias, entre finales de 1946 y 1950. Se trata de la pintura de acción, como la denominó Rosenberg. La técnica que utiliza es el dripping (goteo): coloca la tela en el suelo y deja gotear la pintura desde arriba, con una lata agujereada -como hacían las mujeres en Castilla para regar el suelo en verano-, moviendo la mano y moviéndose él mismo por la tela, de un dado a otro y en redondo, dando lugar a un laberinto abigarrado, rítmico y transparente de líneas de colores que se entrecruzan, se encuentran y se vuelven a separar, moviéndose ellas también libremente por la superficie, como la mano -o el cuerpo- del artista. Esta técnica de oscilación ya la había utilizado Max Ernst en 1941 en Estados Unidos, pero es Pollock quien la lleva a sus últimas consecuencias, como Ernst había hecho con la decalcomanía de Oscar Domínguez. Otras veces aplica la pintura con cañas o con pinceles que utiliza como prolongaciones no sólo de su brazo, sino de todo el cuerpo y el movimiento, a veces frenético.Esa acción de pintar es lo que le interesa, el acto físico regido por impulsos interiores, el proceso más que la obra acabada, y rompe así con una tradición de siglos. Gorky decía que él nunca terminaba un cuadro y le gustaba pintar porque era algo que no tenía fin. Pollock hace precisamente de esa acción de pintar la razón de ser de su obra: el proceso creativo es lo importante, es un momento de la vida del artista. Ese proceso fue el que filmó Hans Namuth, como un primer happening, en octubre de 1950, mientras el pintor fabricaba dos obras, una de ellas sobre vidrio.La telaraña de líneas y colores que crea Pollock en estos años es, además, una telaraña gigantesca. Las dimensiones del cuadro se amplían, porque ya no es pintura de caballete. No le interesa crear una imagen irreal ni ilusionista, sino actuar en una arena que guarda la huella del paso del artista, y que, puesta de pie, tiene dimensiones murales, habita el espacio del espectador, crea un ambiente y entra a formar parte de su vida. Una idea que traerá consecuencias importantes pocos años después.En esa arena se coloca el artista sin ideas previas, sin coraza y sin más armas que los pinceles, los cubos y los tubos de pintura; no buscando un resultado previo, sino asumiendo el riesgo que puede deparar lo desconocido. "Cuando estoy en el cuadro -escribió- no soy consciente de lo que hago. Sólo después de un tiempo de toma de conciencia veo lo que he querido hacer. No me da miedo hacer cambios, destruir la imagen, etc., porque un cuadro tiene vida propia. Intento dejarla emerger". ("Mi taller es como un huerto", había dicho Miró). Tanta vida que el propio artista es incapaz de comprender sus obras. "She Wolf existió -escribía- porque yo tenía que pintarla. Cualquier intento por mi parte de decir algo sobre ella, de intentar explicar lo inexplicable, sólo podría destruirla".Pollock hace una obra de grandes dimensiones, como la Pintura de Historia de la tradición clásica, cargada de drama, de énfasis, pero al mismo tiempo silenciosa, hermética, que se resiste a ser comprendida, a dejarse descifrar, como un gigantesco diario íntimo que el artista muestra al público, porque para él la única realidad es la interior.